El don del aburrimiento, o ¿Por qué no puedo dejar de ver las Kardashian?

Por Augusto Rodríguez

[Texto presentado en el marco del Segundo Encuentro Clínico organizado por nuestro centro, titulado “Imágenes de la vida cotidiana”]

I

Hay un texto muy interesante de Humberto Giannini que intenta responder por qué para el cristianismo la pereza es un pecado capital, se llama “El demonio del mediodía”. En ese texto Giannini señala como a partir de diversas traducciones hemos llegado a llamar pereza a lo que originalmente era más cercano al término “acedia”, próxima a la apatía, hastío, o incluso al aburrimiento. El autor describe como al medio día el ángulo de luz del sol hacía que los objetos perdieran sus sombras y con ello la percepción de profundidad, eso a su vez generaba un estupor en los monjes, que deberían haberse estado dedicando a honrar a dios. Este afecto era considerado pecado en tanto implicaba una huida de los monjes respecto al encuentro con dios, una incapacidad para simplemente contemplar al mundo que exigía de ellos su acogida. Dice Giannini “lo que aburre no aparece en el horizonte abierto del tiempo personal ni con el carácter de exigencia, ni de apremio. Es mera solicitación. Pero, tampoco solicita nada en especial. Simplemente pide que seamos espectadores de su presencia en el mundo” Y continua más adelante “el aburrimiento es el estado de una conciencia inhóspita. Lo no acogido, el presente de algo: su presencia como don”.

Tres ideas para rescatar.

1)Lo que aburre no exige ni apremia, sólo solicita que seamos espectadores de su presencia.

2)El aburrimiento implica el estado de una conciencia inhóspita.

3)En el aburrimiento hay un rechazo a un don, la presencia de algo se nos ofrece como don y lo rechazamos.

Ahora, ustedes se preguntarán que tiene que ver todo esto con el tema de la jornada “Imágenes de la vida cotidiana”, interesan estos 3 puntos pues nos permitirá entablar un diálogo entre este texto del ’75 y la serie múltiple veces ganadora del premio Teen Choice Awards “Keeping up with the Kardashians”. En realidad, se podrían haber elegido otras series, sin embargo, fue mientras miraba de forma un poco compulsiva esta serie que apareció la pregunta ¿Por qué no puedo parar de ver esta serie si igual estoy la desatendiendo constantemente? Posiblemente es una experiencia que para muchos acá es cercana, sentarse a ver una serie sólo para descubrirse viendo el celular cada poco minutos. Rodearse de imágenes, más que nunca, pero encontrarse profundamente aburrides. Se ensayará la idea de que esto revela algo respecto a la forma en que las imágenes se nos presentan en la actualidad.

Volvamos a la imagen presentada por Giannini, donde el monje puede permanecer absorto en su meditación hasta que el calor y la falta de profundidad lo separan de su contemplación y aceptación del don recibido. Nos hace pensar en cómo al estar frente a una imagen que absorbe, que solo pide ser acogida se reduce la diferencia o distancia con esto que se recibe. Repitamos nuestra pregunta  ¿Qué tipo de relaciones permiten estas imágenes?, ¿Qué sucede cuando estamos en presencia de algo que se nos ofrece como don y lo rechazamos?

Nos recuerda la experiencia de ir en micro y mirar por la ventana, donde las imágenes pasan rápido y la velocidad no permite distinguir entre ellas: se vuelven homogéneas. Sin embargo y tal vez debido al estar atrapado en esta experiencia de la cual se desatiende, aparece el aburrimiento que estimula, como una forma de tal vez escapar esta experiencia de una conciencia inhóspita, la producción de nuevas ideas y recombinaciones de lo que se recibe, donde lo devuelto ya no es lo mismo que el don recibido. Donde la mente distraída crea un personaje imaginario que va saltando por los techos de los edificios que vemos pasar por la ventana. ¿Es posible una relación así con el modo en que se nos presentan las imágenes hoy en día?

II

¿Al ver una serie como las Kardashian se nos solicita algo como espectadores? Si el mundo solicitaba de los monjes su mera acogida, si cierto tipo de cine y de música exige nuestra atención (sea mental o corporal) a sus cambios rítmicos ¿que nos solicitan las Kardashians?  

Tomemos un momento cualquiera de un capítulo de las Kardashians (insistimos, no se trata de que esto sea exclusivo de este programa, ustedes podrán pensar otros ejemplos), ustedes pueden reconstruir todo el capítulo en función de este instante cualquiera. Vemos una pelea entre Kourtney por un lado y Kim y Khloe por el otro. Podemos reconstruir que posiblemente Kourtney se negó a realizar algún trabajo, o que no lo hizo del modo que sus hermanas esperaban.  Podemos también reconstruir que en algún minuto con anterioridad hubo una confrontación que resultó simplemente en una escalada del conflicto. Pero también podemos anticipar lo que ocurrirá hacia delante con relativa certeza, sabemos que Kris en algún momento intervendrá y llorará y que el capítulo terminará con una especie de reconciliación entre las hermanas y un mensaje de la importancia de la familia y como se quieren. 

La imagen-Kardashian nos ofrece un problema interesante, pues es el caso más extremo de una imagen que no exige nada ni apremia en lo absoluto. Al inicio señalamos que lo que aburre no exige ni apremia, sólo solicita que seamos espectadores de su presencia, pues bien, aquí nos encontramos con que ¡Es una imagen que en cierto sentido ni siquiera solicita que seamos meros testigos de su presencia! La imagen-Kardashian pareciera ser el modelo de un nuevo tipo de imagen contemporánea donde lo importante ya no es acoger su presencia. En cierto sentido podríamos decir que las Kardashians se miran a sí mismas, que da lo mismo nuestra presencia o ausencia como espectador. 

Ensayemos y juguemos con esta idea: Que ver las Kardashian no solicita nada de nosotros, no porque, como en Giannini haya un objeto que se nos dona como para que le retribuyamos con nuestra constatación, sino más bien porque de entrada lo que hacen no es un don hacia nosotros. En otras palabras, se muestran sin darse, y con eso de cierta manera construyen un lazo de extrañeza con sus espectadores. Es una alternativa al ya clásico dar-recibir-devolver como unidad mínima de un lazo social, ya que cambian la fatigosa necesidad de recibir y devolver que cerraría un ciclo y daría coherencia a un grupo. Ofrecen otro círcuito, uno sin cierre: mostrar, ignorar (en el sentido de esa semi-atención en que nos sumen), y luego nada. No hay pérdida, ni de ellas ni de nosotros y en ello podemos continuar para siempre.

En eso constituyen una imagen sin fisuras; fisuras donde por lo demás algún sujeto podría producirse. Las Kardashian se colman en su sobre-codificación, es decir, que su trayecto de signos es tan familiar a nosotros como los nombres de las estaciones de metro por las que pasamos para ir a la pega. Esta familiaridad es plana, no encontramos en ella un reverso de unheimlich que podría asomarse tras un velo. 

Se preserva así una cierta idea de representación como mímesis, donde desaparece el medio técnico de producción de imágenes. En esto se opone a la imagen pobre en el sentido de Hito Steyerl. Para esta autora la imagen-pobre es aquella imagen cuya “imperfección” (el pixel muerto, la huella de la fotocopia, el temblor de la mano en un screener) rompe con un modelo de representación que supone un original privilegiado y con el valor fetiche de la alta resolución, de la imagen sin fisuras (incluso, nos muestra su ruptura). La imagen pobre es una imagen que carga con la historia de su circulación, como un meme que es reposteado tantas veces que podemos ver múltiples marcas de agua en él, como las “Pinturas Aeropostales” de Eugenio Dittborn, obras en papel que eran plegadas y enviadas por correo a distintos museos del mundo y que al ser marcadas en la aduana y volver a ser abiertas al llegar a su destino sus pliegues mostraban las marcas del tránsito de las imágenes de un lugar a otro.

La imagen pobre viene a romper con la fantasía de una imagen original, no sujeta a su circulación y cuyo valor se mantiene virgen a las operaciones que se realizan sobre ella. Bien podría pensarse en la imagen pobre como una forma de redención del valor de la imagen más allá del aura de una fantaseada imagen original, sin embargo, no creemos del todo en el lugar redentor de la imagen pobre. Tal como las Kardashian, la imagen pobre bien podría acoplarse a la constante recombinatoria de signos bajo el capitalismo. Por ello, su valor reside en que exige de nosotros (énfasis en el que “exige de nosotros”) rescatar de su “imperfección” la huella que da cuenta de su circulación, como las líneas de un mapa que en eso va emergiendo; y hacer de esa huella, de esa imperfección tanto una pregunta como una posibilidad.

Inventar y empezar a trazar un tercer tipo de circuito (recordemos, un primer circuito de intercambio sería el de la lógica clásica del don: dar-recibir-devolver; un segundo sería mostrar-ignorar-y luego nada), este tercer ciclo consistiría en recibir-copiar-transmitir. A diferencia del clásico ciclo del don maussiano, en este ciclo no hay retorno: transmitir no es devolver a alguien. Aquí, más bien, dependemos de la red ya articulada pero abierta de la cual inicialmente recibimos; no hay un “original” de lo recibido porque esta red es un antecedente lógico necesario al ciclo.

Tenemos entonces que la imagen que transmiten las Kardashian no sigue la lógica de intercambio propia del don, el tipo de imagen de la que este reality es un ejemplo es una imagen inmersa en un tipo de circulación radicalmente distinto a la lógica de intercambio de dones. Lo que circula es una imagen sin figura, sin posibilidad de subjetivización en tanto su sobrecodificación implica que da lo mismo quién lo reciba, o el modo en que se reciba. La imagen-Kardashian es una imagen que en cierto sentido no requiere de un receptor, una imagen que se encuentra en un plano sin texturas, sin relieves. Esta planicie nos lleva entonces a constatar la dimensión inhóspita de este tipo de imagen. No exige nada de nosotros ni tampoco se presenta como un desocultamiento de una verdad, como una profundidad o un sentido trascendental.

Jose Luis Brea en su estudio de los distintos regímenes de la imagen, es decir, las distintas formas en que las imágenes se articulan con estructuras de producción de saber, señala como durante gran parte del siglo XX la imagen artística operaba como facilitadora a un proceso de visibilización a la conciencia de aquello que se le ocultaba al ser. Un ejemplo de esto es el momento ¡Eureka! Que se genera al contemplar una obra de arte abstracta o el descubrimiento de un sentido oculto a lo largo de una película a partir de la progresiva articulación entre distintas escenas. Es decir, la imagen respondía a un modo de entender el saber cómo siempre desbordando lo inmediatamente perceptible a la conciencia humana. 

Brea plantea un cambio en esté régimen de la imagen al régimen de la e-imagen. La e-imagen que plantea Brea sería ante todo un nodo en una red de otras e-imágenes, donde más que el desocultamiento de una verdad se trata de la producción de un acontecimiento gracias a los procesos de socialización -cada vez más sofisticados- que sostienen la circulación de las e-imágenes. Pensemos por ejemplo cómo los memes exigen cada vez más un mayor conocimiento de intertextualidades para hacer sentido y poder mantenerse circulando. En el recorrido que realiza el autor, localiza diferentes aristas a considerar tomando como vertiente principal el lugar de les observadores. En cómo estas subjetividades se podrían relacionar con un objeto con coordenadas simbólico-imaginarias distintas a las propias de las imágenes-estáticas propias del régimen anterior. Coordenadas, por ejemplo, donde la permanencia y rescate del pasado queda fuera de foco para dar paso a un régimen de interlectura, de interconexión. En el cual la resonancia rápida, mira hacia un futuro donde la potencia de la significación es conectiva, relacional y distribuida en el horizonte.

Esto permite vislumbrar la distinción entre la contemplación artística de las imágenes-estático-materiales (régimen anterior) y la contemplación de una plataforma digital configurada y sostenida a través de e-imágenes: Discord, Instagram, Tiktok (si bien no descartamos que haya efectos de profundidad o contemplación en las e-imagen). En estas, son los propios algoritmos los que dirigen la mirada de quien contempla a aquellos espacios donde se pueda enlazar con más rapidez el acto de ver. Aquí lo visto se sostiene no solo en un historial propio sino en una colectividad que circunscribe lo “más visto”, aquello que se “viralizó” entre las miradas de quienes participan de estas esferas. El valor entonces está dado por su circulación, y por lo tanto su aceleración y velocidad se convierten en elementos claves para entender el valor de estas e-imágenes así como la posibilidad de hacer de ellas un espacio de encuentro.

De esta manera resulta relevante considerar a su vez, el lugar de la imagen en la esfera pública, donde da la impresión de que esta misma ha acrecentado su valía a través de su constante presencia y circulación, generando gracias a ello efectos de sociabilidad, pero que irónicamente dificulta realizar cortes que permitan la instalación de una subjetividad en particular. Es así como esta misma aceleración y circulación resultan ser pilares que determinan el carácter inhóspito de la imagen. Podemos decir, que las imágenes en este nuevo régimen son cada vez más sociales, pero al mismo tiempo resulta más difícil subjetivarlas. De ahí el porqué de “Las Kardashians” de fondo mientras scrolleas el celular, o la meditación New Age; o el Doomscrolling de algún suceso para olvidar lo que pensabas mientras lo leías segundos después de dejar de leerlo, o el “sisoy” que murmuramos a ver un meme para luego identificarnos con cualquier otra cosa. Tenemos imágenes que son más compartidas que nunca pero no por ello menos inhóspitas para una subjetividad.

¿Cómo volver hospitalario este flujo acelerado de imágenes? ¿Cómo hacer del carácter inhóspito de estas imágenes algo que se pueda recibir como don? ¿Cómo generar enunciación a partir de estas imágenes? ¿Cómo generar un espacio para posicionarse en ellas? Volvamos entonces al ejemplo de Las Kardashians

III

La imagen contemporánea es una imagen que carga con las marcas de su tránsito, que ya no remite a una imagen original en tanto lo que la define es ser solo un nodo en una red de imágenes; la imagen contemporánea no sigue el ciclo del don de dar-recibir-devolver; la imagen contemporánea no adquiere su valor en tanto desvelamiento de algo que se nos escapa sino de su puesta en circulación.

Hemos hablado de cómo el tipo de imagen que observamos en las Kardashians se las ve con cada una de estas transformaciones. Estas -las Kardashian- trazan una cartografía definida por los tránsitos rápidos de imágenes, donde no se requiere atención pues todo el tiempo se repite lo mismo. Es quizá justamente lo que resulta atractivo de verlas, no pasa nada, al final todo se mantiene igual, no hay fisuras en ellas. Los capítulos discurren entre una serie de puntos de detención que se saben de antemano, no hay incidencia o un involucramiento de nosotros como espectadores que vaya a modificar la experiencia que tenemos del capítulo. No hay momento de revelación, no hay momento de desocultamiento de una verdad, no hay un momento de constitución de una relación intersubjetiva con estas imágenes. 

No se trata de decir que no pueda generarse. Sin duda que es posible la identificación con las imágenes que las Kardashians presentan, sin duda que operan como grandes modelos de construcción de subjetividad. No estamos rechazando nada de eso. De lo que se trata es que en la forma en que se nos presentan, en la estructura espacio-temporal en que son visualizadas da lo mismo mi rol en tanto espectador. Contrasten esto con la experiencia de ver una película de misterio o de terror, donde las imágenes justamente requieren de cierta posición afectiva de parte mía para volverse efectivas. Lo pueden contrastar también con la experiencia de un concierto, donde hay un esfuerzo activo por parte de la o el cantante de construir un efecto masa entre los participantes. En todos estos casos la fuerza de la imagen está dada por su capacidad por constituir un modo de movimiento en relación con la cual nos orientamos a ella (como sujetos a ser sorprendidos en el caso de las películas, o como partes de una máquina de resonancia en el caso del concierto); en el caso de las Kardashians sin embargo la imagen no solicita nada, no busca nada, no genera ningún movimiento. En cierto caso es la forma más pura, más extrema, más sublime del aburrimiento. Mostrar-ignorar-nada.

¿Qué modelo contraponer a esto? Siempre en el marco de la pregunta respecto a cómo se construye un modo de tránsito distinto sobre las imágenes contemporáneas. Uno que no nos confronte con un aburrimiento supremo, o que al menos dé lugar a un aburrimiento que permita acoger algo de nuestra subjetividad.

Ensayemos un ejemplo, puede haber muchos. Pero este nos pareció interesante: El vaporwave hace algo distinto con el mismo modelo de imagen contemporánea. No sé cuántos de acá habrán escuchado vaporwave, es un género musical que nace como una especie de talla en internet y cuya principal característica es el uso de trozos -de fragmentos- tanto de canciones pop de los años 80 y 90 como de música de ascensor –llamada Muzak-. Son sonidos que son tan comunes que es difícil diferenciarlos unos de otros, son sonidos que no buscan generar ninguna reacción en quien lo escucha. Busca ser un fondo que pase lo más desapercibido posible.

A estos fragmentos se les realizan toda una serie de alteraciones, los alargan, las ralentizan, los repiten en un loop, distorsionan las voces, se cortan y recomponen como una especie de monstruo de Frankenstein. Tenemos un género musical que toma estos pedazos de música pertenecientes justamente a lo que ustedes esperarían escuchar de fondo en la radio o en el mall, posiblemente sin tomarle mucha atención y hace de ello una canción completamente nueva. Un aspecto que es central en lo que realiza el vaporwave, y que no realizan las Kardashian es el corte. Y este corte lo que permite es justamente una cartografía que toma exactamente los mismos elementos de las Kardashian -la cultura de masas- pero hace un mash up con ello, hace un juego de forzar los límites que aguantan esas imágenes. Al hacer estos cortes justamente lo que se logra es construir un espacio de subjetivación ¡Pero esos cortes no son sino modos de jugar con las imágenes!

IV

No caigamos entonces en un espíritu primitivista de creer que el problema está en que la tecnología degrada las relaciones sociales, o que la velocidad de información nos destina a una hecatombe simbólica-afectiva de la que solo podemos salir apagando el computador. No creamos que tenemos que volver a un régimen anterior para poder tener un modo de relación con las imágenes que permita la subjetivización. Y más bien hagámonos cargo de un problema más interesante ¿Qué herramientas tenemos para hacer estos cortes sobre el modo en que las imágenes se nos presentan hoy en día? ¿Cómo volver a ser espectadores? ¿Se trata de ser espectadores o más bien aprender a ser transmisores de estas imágenes? ¿Qué tipo de transmisor de imágenes tendríamos que ser?

Recibir-Copiar-Transmitir

La reapropiación irónica de ellas es una vía que el vaporwave -y esta misma presentación- ofrece. También hace poco hubo una tendencia de tiktoks que decían algo así como “Imáginate vivir en Europa y perderte cosas como esta” y posteriormente mostraba una especie de panorámica en 360 de alguna parte de Santiago y lo bizarra que puede resultar la cotidianeidad en ella. Ahí tenemos justamente la recuperación de la mera presencia del mundo, pero también apareado a ello la capacidad de descubrimiento de los dones de la imagen.

…esperamos que en el curso de este conversatorio podamos descubrir más.